El sol asciende entre las montañas que se divisan a lo
lejos, dándome permiso para continuar con mi camino. Apoyo la mano sobre el
mango de la katana, y me acuerdo de su verdadero amo. Su muerte también pesa
sobre mis hombros. Se despidió de mí invitándome a vivir, y ahora esa promesa
es lo único que me queda. Aún sin honor, un hombre debería cumplir aquellas
promesas hechas desde el corazón. Puede que las palabras no saliesen de mi
boca, pero aquel viejo merecía una última promesa.
Me abro paso entre la maleza, y tras un par de horas
encuentro el lugar que estaba buscando. En esta colina pasé gran parte de mi
juventud. Solía venir hasta aquí todas las tardes, a mirar mi aldea desde las
alturas. Disfrutaba pasando el tiempo a solas, golpeando el aire con mi espada
hasta que apenas podía levantar los brazos. Cuando la noche caía sobre mí, me
tumbaba sobre la hierba y miraba las estrellas, y entonces me sentía el ser más
insignificante del mundo. Eso me daba ganas de seguir entrenando, quería
hacerme más grande bajo el cielo, mirar a las estrellas con confianza y
sostenerlas en mi puño. Y ahora estaba aquí una vez más, y ya no me importaba
mi tamaño, o mi fuerza, ni siquiera tenía ganas de levantar la cabeza para ver el
cielo. Lo que buscaba era algo de este mundo, y lo único que necesitaba era
tiempo para dar con ello.
La aldea seguía siendo igual de modesta, incluso daba la
sensación de que había encogido. Estaba poblada por pequeñas casas de madera, surcada
por calles que estaban prácticamente vacías, y en las que solo se escuchaba el
crujir de la madera golpeada por el viento. Parecía un pueblo fantasma, lleno
de viejos recuerdos que hacían hervir viejas cicatrices, era nostálgico ver en
lo que se había convertido. Mis pasos me
llevaron hasta el antiguo dojo de mi padre, abandonado tiempo atrás. La
reputación de mi padre lo había llevado a conseguir un nuevo trabajo en Kyoto,
allí residía desde hace 4 años, dando clases a hijos de familias adineradas.
Nadie había tenido la osadía de tomar el relevo en el dojo, sería un insulto a
su maestría, puesto que aquel que tuviese el coraje para hacerlo, debería
cargar desde entonces con el nombre de mi familia.
Nunca tuve interés en heredar el dojo, mi corazón siempre
perteneció al mundo. Tal vez si las cosas hubiesen sido distintas, si ella
hubiese permanecido a mi lado, puede que en ese caso me hubiese conformado con
una vida normal en la aldea. Pero el destino es caprichoso y salvaje, y mi
lugar estaba junto a la muerte, era su hijo y su emisario, y eventualmente me
reuniría con ella. Una vez que termine
con esto, yo mismo saltaré a sus brazos.
La única forma de conseguir información, era acudiendo al
bar de la aldea, el lugar donde cualquier persona te vendería a su familia por
un buen trago de sake. Y allí fue donde
me dirigí. Entré y me senté, esperando pacientemente al encargado. Aquel sitio
seguía igual de lúgubre que siempre, cada vez que alguien entraba, una oleada
de polvo se levantaba como bienvenida. La decoración estaba fuera de la carta,
al igual que cualquier tipo de bebida no alcohólica. Pero lo que más me llamó
la atención, fue la ausencia de la clientela habitual. Era una aldea pequeña,
pero una aldea de campesinos, y estos tienen la habilidad innata de hacer
cualquier momento el ideal para tomar un trago. No había campesinos sedientos
aquel día, y todo empezaba a indicar que no era una simple coincidencia.
-Sal de ahí, se que estás ahí.- Grité a un bulto inmóvil que
estaba escondido detrás de la barra. – ¿Acaso no vas a servirle nada a este
pobre viajero?-
El bulto se movió, y resulto ser el propietario del
establecimiento. Un señor bajito y bien alimentado, que ocultaba la boca tras
un prominente bigote. Se acercó temblorosamente hasta mí, su frente estaba
salpicada de sudor, y su aliento apestaba a licor barato.
-Discúlpame, no te había visto.- Dijo, haciendo
todavía más evidente que algo estaba ocurriendo.
-Ponme un poco de sake, ha sido un día muy largo y necesito
un poco de evasión.- Sonreí educadamente mientras intentaba deducir que estaba
pasando.
-Lo siento, pero no nos queda nada, estaba a punto de cerrar
por hoy.- Procuro no mantener el contacto visual mientras lo decía, era evidente
que estaba asustado.
Agarré la empuñadura de la espada amenazante. –De verdad
necesito un trago, después es libre de cerrar, no me gustaría causar
problemas.- El hombre tragó saliva y asintió, dio unos pasos hacia atrás,
asegurándose de que mi espada seguía en la funda, y desapareció detrás de la
barra.
Tenía que hablar con
alguien cuanto antes, pero aquel posadero no parecía una fuente de información
fiable. Después de un minuto que se hizo eterno, el señor apareció de nuevo,
traía un vaso rebosante de licor. Lo dejó en la mesa, hizo un gesto de
cortesía, y sin decir nada volvió a desaparecer. Tendría que llamar a algunas
puertas si de verdad pretendía averiguar algo, acerqué el vaso a la boca, con
la intención de sentenciarlo con un solo trago. Cuando el líquido estaba a
punto de entrar en contacto con mis labios alguien me gritó.
-Espera, no lo hagas- Una mujer salió de la trastienda, se
acerco apresuradamente y mando el vaso por los aires de un golpe. –Pensé que
serías más inteligente Nozomi- Hacía tiempo
que no escuchaba mi propio nombre, pensé que todo el mundo lo había olvidado.
-¿Cómo sabes mi nombre, quien demonios eres?- Había algo que
me resultaba familiar en su cara, pero cuando me di cuenta fue demasiado tarde.
Su mano impacto de lleno contra mi mejilla, y sus ojos se volvieron acuosos.
-¿Quién soy? Sigues siendo un cabeza hueca Nozomi, tenía que
haber dejado que te atragantases con el veneno.- Mi mejilla ardía debido al
golpe, y me sentí como un estúpido por no haberla reconocido. Yo ya no era el
mismo hombre del que Mitsuki se había enamorado locamente tiempo atrás, y ella
se había convertido en toda una mujer. Era la hija del dueño del bar, tenía el
pelo del color del fuego, una larga melena recogida en una coleta que se
extendía casi hasta la cintura. Sus ojos eran enormes, azules y temperamentales
como el mar, y sus labios eran carnosos y bien definidos.
-Mitsuki… yo… soy un estúpido…- La mano de Mitsuki volvió a
impactar contra mi cara, poniendo de manifiesto el ferviente carácter por el que
era conocida. Era increíble como había cambiado. –Escucha, no tengo mucho
tiempo, hay una cosa que debo contarte- Hice caso omiso al vaso de sake que
había estado a punto de matarme, y me dispuse a contarle mi historia.
-No hay nada que no sepa.- Me interrumpió. -El Shogun ha
mandado una carta a la aldea, con órdenes severas de capturarte, vivo o muerto.
Probablemente el ejército este al caer. La gente está asustada, todo el mundo
se ha encerrado en sus casas.- Eso explicaba la escasez de gente en las calles.
Mitsuki se sentó mi lado y me abrazó, como si se supiese que no iba a
tardar mucho en abandonar el mundo de los vivos. Le devolví el abrazo,
nostálgico, pero no podía retrasarme más.
-Escúchame Mitsuki, hay algo que tengo que hacer. Ahora no
puedo explicártelo todo, puede que nunca pueda hacerlo, pero necesito
preguntarte algo.-
La conversación con Mitsuki fue breve, pero fructífera. Me
costó convencerla para que me dejase ir, no quería verla involucrada en todo
aquello. Si el Shogun se enteraba de lo que había hecho, la condenarían junto a
mí. Y ya había arrastrado a bastantes personas durante mi aventura. Mitsuki me
dijo donde podía encontrar lo que estaba buscando, y por suerte, ella seguía viviendo en el mismo
sitio, y aquel lugar estaba bastante cerca de donde me encontraba.
Me despedí de Mitsuki con un fuerte abrazo.
-Prométeme que volveremos a vernos- Me dijo, mientras las
lágrimas se escapaban a través de sus preciosos ojos. –Prométemelo Nozomi.-
-Te lo prometo- Dije sin apenas pensarlo.
-Siempre has sido un pésimo mentiroso, Nozomi. Suerte.- se
frotó los ojos y escapó corriendo, puede que su amor por mí tampoco hubiese
muerto. Pero al menos había tenido la oportunidad de despedirse, y yo tenía que
hacer lo mismo.
Di media vuelta, siendo consciente de que me estaba
dirigiendo a mi destino. Pasé por delante del dojo de nuevo, y me acordé de
aquellos tiempos, cuando la hoja de mi espada era pura e inocente. Ahora mi
hoja estaba manchada de sangre, manchada por todos aquellos sueños muertos de la
gente que había matado, y manchada con el odio y la ira con la que me había
abierto paso a lo largo de mi existencia. Me acerqué a la puerta y me arrodillé,
aquello era lo más respetuoso que podía hacer, me levanté y seguí caminando.
La casa está rodeada de hierba y flores, todo está
perfectamente cuidado. Es otra casa de madera, como las demás de la aldea, pero
hay algo que la hace especial, alguien. Mi paso se hace lento e inseguro, y mi
corazón bombea sangre por encima de sus posibilidades.
Estoy a unos escasos
metros de la puerta, puedo olerla, ese olor característico a flores silvestres,
ese perfume con el
que he soñado tantas noches. Saco la espada de la vaina y la
clavó en el suelo, al lado de mi pierna. Es
el momento, voy a dar un paso hacia delante, cuando escucho un chasquido, y
algo viene en mi dirección. Una flecha
se clava al lado de la espada, y me veo obligado a darme la vuelta. Detrás de
mí se encuentran un grupo de hombres armados, cuarenta, tal vez cincuenta. Uno
de ellos se adelanta y alza la voz.
-Nozomi, este es el fin, entrégate y te prometo que tendrás
una muerte indolora.- Aquel hombre que habla, ha luchado a mi lado en más de
una ocasión, un hombre de palabra, de eso no hay duda. Pero estoy demasiado
cerca como para rendirme ahora.
Me doy la vuelta y me dirijo a la puerta, algunas flechas
más aterrizan en las inmediaciones, pero ninguna tiene como objetivo darme, son
simples advertencias. Estoy a punto de llegar cuando la puerta se desliza hacia
un lado, no soy capaz de ver a nadie hasta que bajo la vista. Una pequeña niña
me mira desde abajo, no hay miedo en sus ojos, solo curiosidad. Me mira y
sonríe, sin juzgarme por lo que soy o lo que he hecho. Un hombre la agarra y la
mete dentro apresuradamente, intentó hablar pero las palabras se atrancan en mi
garganta.
Es como un sueño, un sueño que llevo toda una vida
esperando. Su olor es cada vez más fuerte, sé que está ahí, y finalmente, ella
sale por la puerta. Su pelo es oscuro, tan oscuro como la más aterradora
sombra, pero es la clase de sombra en la que uno desearía desaparecer. Sus ojos
eran negros también, pero llenos de vida. La miré, y mis piernas se
tambalearon. Por fin estaba aquí, delante de ella, y ahora obtendría todas las
respuestas a esta vida de soledad.
Busqué en sus ojos, esperando ver aquello a por lo que vine, seguro de mi mismo, ansiando que se lanzase a
mis brazos y el mundo se desvaneciese de un soplido. Pero sus ojos no me
miraban a mí, ella ya no se acordaba de quien era, me sentía como un león que
acababa de acorralar a su presa, y ella estaba aterrorizada, incapaz de
reconocer al hombre que había pasado por el infierno para encontrarla.
-Por favor, no hemos hecho nada, no nos haga nada por se lo
ruego.- Y escuche como algo se rompía dentro de mí. Había recorrido todo el
camino, pero había olvidado que no todo dependía de mí. Ella nunca me perteneció, y yo había sido un
necio por haber pensado lo contrario. El mundo seguía siendo el mismo lugar, un
sitio donde no todos pueden apuntar a las estrellas. Pero a pesar de todo,
estaba tranquilo. Había cumplido mi última voluntad, y mi última promesa,
dedicada a un completo desconocido, estaba más que saldada.
No pude evitar sonreír, todo había sido una enorme broma.
Dios, o quien fuera que estuviese allá arriba, estaría riéndose a carcajadas.
Me di media vuelta, para enfrentarme al juicio que tanto tiempo había estado
evitando.
-Adios Miu- Cerré los ojos de nuevo, y las sombras volvían a
rodearme. En sus caras había atisbos de felicidad, sabían que ya tenía un pié
en su lado. Aquí termina todo.
Abro los ojos y delante de mí se encuentra mi espada,
hundida en el césped. Una vez más
volvemos a estar juntos. Soy un hijo de la muerte, y la única fidelidad que
conozco es la de la espada, abandonaré este mundo entregándome a mi verdadera
naturaleza, y jamás volveré a mirar atrás.
Agarro la empuñadura y alzo mi arma apuntando a mis
enemigos. Es el fin, al menos es el fin que yo elegí.
-¿Vais a quedaros ahí todo el día?- Grito enfurecido, como
una bestia acorralada que muestra sus dientes.
Corro hacia ellos como alma que lleva el diablo, las sombras
están cada vez más cerca, me agarran y susurran palabras envenenadas en mis
oídos.
Respiro profundamente y me dejo llevar por el viento,
entregándome en cuerpo y alma al último baile con la muerte. “Todo samurái vive concienciado de que este
momento va a llegar, aceptando cada día como si fuese el último. Mi nombre es Nozomi,
he entregado mi vida a la espada, y con el derecho que ello me confiere, elijo hacer
del campo de batalla mi tumba.”