martes, 23 de julio de 2013

Larga noche de verano

Me despierto envuelto en un sudor frío y pegajoso, desorientado, un par de palabras ininteligibles se escapan de mis adentros. Mi corazón todavía palpita aceleradamente, el eco de cada latido recorre todos los confines de mi cuerpo para luego volver al lugar donde nació como una ola que castiga la orilla una y otra vez, ganándole terreno centímetro a centímetro.

He vuelto a tener aquel sueño. Me gustaría escribirlo de memoria, transformar la tinta en palabras, las palabras en frases, las frases en párrafos… todo ello sostenido por el ligero papel de mi cuaderno. Me gustaría prenderle fuego y contemplar como las llamas lo devoran, fusionando la tinta con el papel, reduciendo su conjunto a una grisácea ceniza. Ojalá fuese siempre así de fácil.

Estoy sentado en el borde de la cama, con los codos apoyados sobre las rodillas, extenuado, mi cuerpo pesa demasiado esta noche. Mantengo un respetuoso estado de mutis, acorde con la silenciosa oscuridad que me acompaña, una oscuridad que me envuelve y me acaricia. Puedo sentirla escapándose entre mis dedos, escucho su gélido aliento aquí y allí, omnipresente como el aire. Una oscuridad acechante que observa cómo me debilito y que espera con paciencia el momento en que me entregue a ella.

Es imposible matar a los fantasmas del pasado. Se esconden en tu mente en zonas que ni tú sabías que existían y desparecen un tiempo. La tranquilidad que te otorga su ausencia te hace bajar la guardia, cualquiera la acaba bajando, hasta que llega el día en que vuelven, siempre vuelven, llegan de improvisto, golpean tu mente y la zarandean poniendo todo patas arriba.

Escapabas de mí, como tantas otras veces. Te veía sonriente, estoy casi seguro de que eras feliz. Intentaba alcanzarte extendiendo el brazo, acercando las yemas de los dedos con la esperanza de que compartieses esa felicidad conmigo, borracho por el olor de tu colonia. Pero tú te alejabas, te llevabas contigo aquella radiante sonrisa, podía sentirla brillar a lo lejos, hasta que finalmente te desvanecías en la nada.

Me froto los ojos con brusquedad, como si intentase borrar la imagen de tu recuerdo. Los acabo abriendo para recibir de nuevo a la expectante oscuridad, y tú has vuelto a desaparecer.

Hubo un tiempo en el que tenía fuerza para enfrentarme al mal. Me levantaba cada día y me deshacía de la oscuridad sin apenas esfuerzo. Días en los que brillaba con luz propia y noches en las que me resultaba incómodo nadar en el mar negro  de mi habitación. Ahora estoy cómodo aquí, o demasiado cansado como para hacer algo al respecto. Sé que pronto mis demonios vendrán a buscarme. Sin embargo el tiempo lo cambia todo, lo frío se vuelve cálido, lo malo se vuelve bueno, incluso los miedos pueden llegar a transformarse en aliados. Convives con ellos el tiempo suficiente como para dominarlos, y cuando digo dominar me refiero a mantenerlos a raya, son de esa clase de aliados que no dudaran en abrirte el cuello en canal en cuanto les des la espalda.

La concentración de oscuridad y la sensación de vacío acaban siendo insoportables, me duele respirar. Eso es bueno, significa que en lo más profundo de mi ser todavía hay una minúscula parte que quiere seguir luchando.

Hago mi mayor esfuerzo por levantarme, la pérdida de equilibrio me obligada a dar un par de pasos involuntarios y mal calculados. Es curioso, no puedo ver absolutamente nada y sin embargo mis pies se mueven con seguridad, conocen la habitación palmo a palmo, porque… ¿Todavía estoy en mi habitación, verdad? Quién sabe, podría estar en cualquier parte o en ninguna, no obstante mis pies han decidido que aquel es mi cuarto y si quiero salir de aquí no me queda más remedio que seguirlos.

Me muevo con lentitud sobre el frío parqué concentrándome en mantener la calma. Como ya os he dicho, los miedos esperan el mínimo despiste para salir de sus celdas. Camino a tientas, con ambas manos por delante de mí. Si no me equivoco debería estar tocando la puerta en este mismo instante, y así es. Los miedos vuelven a sus jaulas y una reconfortante sensación de tranquilidad se apodera de mí dibujando una amplia sonrisa.

Noto la madera de la puerta en la punta de mis dedos, la acaricio dibujando pequeños círculos, a sabiendas de que la salvación a mis males aguarda al otro lado. Voy deslizando las manos en dirección al pomo, sintiendo como el ritmo de los latidos se estabiliza en mi pecho. Mi extremidad desciende sin encontrarse con nada que la frene, ni siquiera el pomo metálico que debería estar ahí para recibirla.

Me paso la mano por la frente, una mano temblorosa, y vuelvo a frotarme los ojos sin dar crédito a lo que está ocurriendo. Repito el movimiento con la mano contraria en un inútil intento de dar con el pomo fantasma. Me pellizco el brazo, desgraciadamente no estoy soñando. Me aseguro tres veces más de que el pomo ya no está dónde debería y me vuelvo a pellizcar, esta vez en la pierna. No estoy soñando.

Golpeo la puerta con fuerza, tiñendo de sangre mis nudillos, pero no hay nadie al otro lado que me escuche. Intento gritar pero ni una sola palabra consigue sonar todo lo alto que debería, como si mi voz estuviese siendo intimidada por la oscuridad.

Podría echarme a llorar o podría seguir liándome a golpes con la puerta, alimentando en ambos casos la falsa esperanza de que alguien acuda en mi ayuda. Pero no, sé de sobra que resistirse no me va a servir de nada. Doy media vuelta y me desplazo torpemente al lugar que se supone que es el centro de la habitación, poniendo de manifiesto que mis pies carecen ahora de la confianza que los movía minutos atrás.

Siento erizarse los pelos de los brazos y un repentino escalofrío me recorre la espalda. Aquí me encuentro, entre la espada y la pared, esperando a que la oscuridad decida llevarme con ella. Y en mi interior, un torrente de miedos se abre paso desde uno de los bastiones olvidados de mi mente.

No hay escapatoria. Cierro los ojos pero ya no soy capaz de recordar aquel amargo sueño que me despertó en medio de la noche ¿O fue una pesadilla?



Abro los ojos dispuesto a lidiar con mi destino. Ha llegado la hora, ya no hay duda, instintivamente mi mirada se clava en aquel sitio donde una vez existió una ventana, con la débil esperanza de que las espadas luminosas del amanecer se filtren por la persiana y vengan a rescatarme antes de que sea demasiado tarde.

martes, 19 de febrero de 2013

El camino del samurai: El Fin

El sol asciende entre las montañas que se divisan a lo lejos, dándome permiso para continuar con mi camino. Apoyo la mano sobre el mango de la katana, y me acuerdo de su verdadero amo. Su muerte también pesa sobre mis hombros. Se despidió de mí invitándome a vivir, y ahora esa promesa es lo único que me queda. Aún sin honor, un hombre debería cumplir aquellas promesas hechas desde el corazón. Puede que las palabras no saliesen de mi boca, pero aquel viejo merecía una última promesa.

Me abro paso entre la maleza, y tras un par de horas encuentro el lugar que estaba buscando. En esta colina pasé gran parte de mi juventud. Solía venir hasta aquí todas las tardes, a mirar mi aldea desde las alturas. Disfrutaba pasando el tiempo a solas, golpeando el aire con mi espada hasta que apenas podía levantar los brazos. Cuando la noche caía sobre mí, me tumbaba sobre la hierba y miraba las estrellas, y entonces me sentía el ser más insignificante del mundo. Eso me daba ganas de seguir entrenando, quería hacerme más grande bajo el cielo, mirar a las estrellas con confianza y sostenerlas en mi puño. Y ahora estaba aquí una vez más, y ya no me importaba mi tamaño, o mi fuerza,  ni siquiera  tenía ganas de levantar la cabeza para ver el cielo. Lo que buscaba era algo de este mundo, y lo único que necesitaba era tiempo para dar con ello.

La aldea seguía siendo igual de modesta, incluso daba la sensación de que había encogido. Estaba poblada por pequeñas casas de madera, surcada por calles que estaban prácticamente vacías, y en las que solo se escuchaba el crujir de la madera golpeada por el viento. Parecía un pueblo fantasma, lleno de viejos recuerdos que hacían hervir viejas cicatrices, era nostálgico ver en lo que se había convertido.  Mis pasos me llevaron hasta el antiguo dojo de mi padre, abandonado tiempo atrás. La reputación de mi padre lo había llevado a conseguir un nuevo trabajo en Kyoto, allí residía desde hace 4 años, dando clases a hijos de familias adineradas. Nadie había tenido la osadía de tomar el relevo en el dojo, sería un insulto a su maestría, puesto que aquel que tuviese el coraje para hacerlo, debería cargar desde entonces con el nombre de mi familia.

Nunca tuve interés en heredar el dojo, mi corazón siempre perteneció al mundo. Tal vez si las cosas hubiesen sido distintas, si ella hubiese permanecido a mi lado, puede que en ese caso me hubiese conformado con una vida normal en la aldea. Pero el destino es caprichoso y salvaje, y mi lugar estaba junto a la muerte, era su hijo y su emisario, y eventualmente me reuniría con ella. Una vez que termine con esto, yo mismo saltaré a sus brazos.

La única forma de conseguir información, era acudiendo al bar de la aldea, el lugar donde cualquier persona te vendería a su familia por un buen trago de sake.  Y allí fue donde me dirigí. Entré y me senté, esperando pacientemente al encargado. Aquel sitio seguía igual de lúgubre que siempre, cada vez que alguien entraba, una oleada de polvo se levantaba como bienvenida. La decoración estaba fuera de la carta, al igual que cualquier tipo de bebida no alcohólica. Pero lo que más me llamó la atención, fue la ausencia de la clientela habitual. Era una aldea pequeña, pero una aldea de campesinos, y estos tienen la habilidad innata de hacer cualquier momento el ideal para tomar un trago. No había campesinos sedientos aquel día, y todo empezaba a indicar que no era una simple coincidencia.

-Sal de ahí, se que estás ahí.- Grité a un bulto inmóvil que estaba escondido detrás de la barra. – ¿Acaso no vas a servirle nada a este pobre viajero?-

El bulto se movió, y resulto ser el propietario del establecimiento. Un señor bajito y bien alimentado, que ocultaba la boca tras un prominente bigote. Se acercó temblorosamente hasta mí, su frente estaba salpicada de sudor, y su aliento apestaba a licor barato.

-Discúlpame, no te había visto.- Dijo, haciendo todavía más evidente que algo estaba ocurriendo.

-Ponme un poco de sake, ha sido un día muy largo y necesito un poco de evasión.- Sonreí educadamente mientras intentaba deducir que estaba pasando.

-Lo siento, pero no nos queda nada, estaba a punto de cerrar por hoy.- Procuro no mantener el contacto visual mientras lo decía, era evidente que estaba asustado.

Agarré la empuñadura de la espada amenazante. –De verdad necesito un trago, después es libre de cerrar, no me gustaría causar problemas.- El hombre tragó saliva y asintió, dio unos pasos hacia atrás, asegurándose de que mi espada seguía en la funda, y desapareció detrás de la barra.

Tenía que hablar con alguien cuanto antes, pero aquel posadero no parecía una fuente de información fiable. Después de un minuto que se hizo eterno, el señor apareció de nuevo, traía un vaso rebosante de licor. Lo dejó en la mesa, hizo un gesto de cortesía, y sin decir nada volvió a desaparecer. Tendría que llamar a algunas puertas si de verdad pretendía averiguar algo, acerqué el vaso a la boca, con la intención de sentenciarlo con un solo trago. Cuando el líquido estaba a punto de entrar en contacto con mis labios alguien me gritó.

-Espera, no lo hagas- Una mujer salió de la trastienda, se acerco apresuradamente y mando el vaso por los aires de un golpe. –Pensé que serías más inteligente Nozomi- Hacía tiempo que no escuchaba mi propio nombre, pensé que todo el mundo lo había olvidado.

-¿Cómo sabes mi nombre, quien demonios eres?- Había algo que me resultaba familiar en su cara, pero cuando me di cuenta fue demasiado tarde. Su mano impacto de lleno contra mi mejilla, y sus ojos se volvieron acuosos.

-¿Quién soy? Sigues siendo un cabeza hueca Nozomi, tenía que haber dejado que te atragantases con el veneno.- Mi mejilla ardía debido al golpe, y me sentí como un estúpido por no haberla reconocido. Yo ya no era el mismo hombre del que Mitsuki se había enamorado locamente tiempo atrás, y ella se había convertido en toda una mujer. Era la hija del dueño del bar, tenía el pelo del color del fuego, una larga melena recogida en una coleta que se extendía casi hasta la cintura. Sus ojos eran enormes, azules y temperamentales como el mar, y sus labios eran carnosos y bien definidos.

-Mitsuki… yo… soy un estúpido…- La mano de Mitsuki volvió a impactar contra mi cara, poniendo de manifiesto el ferviente carácter por el que era conocida. Era increíble como había cambiado. –Escucha, no tengo mucho tiempo, hay una cosa que debo contarte- Hice caso omiso al vaso de sake que había estado a punto de matarme, y me dispuse a contarle mi historia.

-No hay nada que no sepa.- Me interrumpió. -El Shogun ha mandado una carta a la aldea, con órdenes severas de capturarte, vivo o muerto. Probablemente el ejército este al caer. La gente está asustada, todo el mundo se ha encerrado en sus casas.-  Eso explicaba la escasez de gente en las calles. Mitsuki se sentó mi lado y me abrazó, como si se supiese que no iba a tardar mucho en abandonar el mundo de los vivos. Le devolví el abrazo, nostálgico, pero no podía retrasarme más.

-Escúchame Mitsuki, hay algo que tengo que hacer. Ahora no puedo explicártelo todo, puede que nunca pueda hacerlo, pero necesito preguntarte algo.-

La conversación con Mitsuki fue breve, pero fructífera. Me costó convencerla para que me dejase ir, no quería verla involucrada en todo aquello. Si el Shogun se enteraba de lo que había hecho, la condenarían junto a mí. Y ya había arrastrado a bastantes personas durante mi aventura. Mitsuki me dijo donde podía encontrar lo que estaba buscando,  y por suerte, ella seguía viviendo en el mismo sitio, y aquel lugar estaba bastante cerca de donde me encontraba.

Me despedí de Mitsuki con un fuerte abrazo.

-Prométeme que volveremos a vernos- Me dijo, mientras las lágrimas se escapaban a través de sus preciosos ojos. –Prométemelo Nozomi.-

-Te lo prometo- Dije sin apenas pensarlo.

-Siempre has sido un pésimo mentiroso, Nozomi. Suerte.- se frotó los ojos y escapó corriendo, puede que su amor por mí tampoco hubiese muerto. Pero al menos había tenido la oportunidad de despedirse, y yo tenía que hacer lo mismo.

Di media vuelta, siendo consciente de que me estaba dirigiendo a mi destino. Pasé por delante del dojo de nuevo, y me acordé de aquellos tiempos, cuando la hoja de mi espada era pura e inocente. Ahora mi hoja estaba manchada de sangre, manchada por todos aquellos sueños muertos de la gente que había matado, y manchada con el odio y la ira con la que me había abierto paso a lo largo de mi existencia. Me acerqué a la puerta y me arrodillé, aquello era lo más respetuoso que podía hacer, me levanté y seguí caminando.



La casa está rodeada de hierba y flores, todo está perfectamente cuidado. Es otra casa de madera, como las demás de la aldea, pero hay algo que la hace especial, alguien. Mi paso se hace lento e inseguro, y mi corazón bombea sangre por encima de sus posibilidades.

Estoy a unos escasos metros de la puerta, puedo olerla, ese olor característico a flores silvestres, ese perfume con el 
que he soñado tantas noches. Saco la espada de la vaina y la clavó en el suelo, al lado de mi pierna. Es el momento, voy a dar un paso hacia delante, cuando escucho un chasquido, y algo viene en mi  dirección. Una flecha se clava al lado de la espada, y me veo obligado a darme la vuelta. Detrás de mí se encuentran un grupo de hombres armados, cuarenta, tal vez cincuenta. Uno de ellos se adelanta y alza la voz.

-Nozomi, este es el fin, entrégate y te prometo que tendrás una muerte indolora.- Aquel hombre que habla, ha luchado a mi lado en más de una ocasión, un hombre de palabra, de eso no hay duda. Pero estoy demasiado cerca como para rendirme ahora.

Me doy la vuelta y me dirijo a la puerta, algunas flechas más aterrizan en las inmediaciones, pero ninguna tiene como objetivo darme, son simples advertencias. Estoy a punto de llegar cuando la puerta se desliza hacia un lado, no soy capaz de ver a nadie hasta que bajo la vista. Una pequeña niña me mira desde abajo, no hay miedo en sus ojos, solo curiosidad. Me mira y sonríe, sin juzgarme por lo que soy o lo que he hecho. Un hombre la agarra y la mete dentro apresuradamente, intentó hablar pero las palabras se atrancan en mi garganta.

Es como un sueño, un sueño que llevo toda una vida esperando. Su olor es cada vez más fuerte, sé que está ahí, y finalmente, ella sale por la puerta. Su pelo es oscuro, tan oscuro como la más aterradora sombra, pero es la clase de sombra en la que uno desearía desaparecer. Sus ojos eran negros también, pero llenos de vida. La miré, y mis piernas se tambalearon. Por fin estaba aquí, delante de ella, y ahora obtendría todas las respuestas a esta vida de soledad.

Busqué en sus ojos,  esperando ver aquello a por lo que vine,  seguro de mi mismo, ansiando que se lanzase a mis brazos y el mundo se desvaneciese de un soplido. Pero sus ojos no me miraban a mí, ella ya no se acordaba de quien era, me sentía como un león que acababa de acorralar a su presa, y ella estaba aterrorizada, incapaz de reconocer al hombre que había pasado por el infierno para encontrarla.

-Por favor, no hemos hecho nada, no nos haga nada por se lo ruego.- Y escuche como algo se rompía dentro de mí. Había recorrido todo el camino, pero había olvidado que no todo dependía de mí.  Ella nunca me perteneció, y yo había sido un necio por haber pensado lo contrario. El mundo seguía siendo el mismo lugar, un sitio donde no todos pueden apuntar a las estrellas. Pero a pesar de todo, estaba tranquilo. Había cumplido mi última voluntad, y mi última promesa, dedicada a un completo desconocido, estaba más que saldada.

No pude evitar sonreír, todo había sido una enorme broma. Dios, o quien fuera que estuviese allá arriba, estaría riéndose a carcajadas. Me di media vuelta, para enfrentarme al juicio que tanto tiempo había estado evitando.

-Adios Miu- Cerré los ojos de nuevo, y las sombras volvían a rodearme. En sus caras había atisbos de felicidad, sabían que ya tenía un pié en su lado. Aquí termina todo.

Abro los ojos y delante de mí se encuentra mi espada, hundida en el césped. Una vez más volvemos a estar juntos. Soy un hijo de la muerte, y la única fidelidad que conozco es la de la espada, abandonaré este mundo entregándome a mi verdadera naturaleza, y jamás volveré a mirar atrás.

Agarro la empuñadura y alzo mi arma apuntando a mis enemigos. Es el fin, al menos es el fin que yo elegí.

-¿Vais a quedaros ahí todo el día?- Grito enfurecido, como una bestia acorralada que muestra sus dientes.

Corro hacia ellos como alma que lleva el diablo, las sombras están cada vez más cerca, me agarran y susurran palabras envenenadas en mis oídos.


Respiro profundamente y me dejo llevar por el viento, entregándome en cuerpo y alma al último baile con la muerte. “Todo samurái vive concienciado de que este momento va a llegar, aceptando cada día como si fuese el último. Mi nombre es Nozomi, he entregado mi vida a la espada, y con el derecho que ello me confiere, elijo hacer del campo de batalla mi tumba.”

lunes, 10 de diciembre de 2012

El Camino del samurai: Ella


El entrenamiento con la espada me tenía inmerso en un universo en el que solo estábamos ella y yo. Cada día era una oportunidad para empezar de nuevo, de hacerme un poco más fuerte. El frío, el calor, el cansancio o cualquier otra sensación que pudiese atraer la debilidad, acababa desgarrándose y pereciendo en el filo de mi katana.

A lo largo del día me abstraía en mi propia mente, concentrándome en el fluir de mi cuerpo en la ejecución de cada movimiento y en dejar la mente completamente vacía. Practicaba las técnicas una y otra vez hasta que se quedaban grabadas a fuego en mi subconsciente.

Mi vida era como una montaña gigantesca. Yo escalaba la parte más empinada sin saber lo que me aguardaba al otro lado. Estaba dispuesto a dar todo lo que fuera necesario para descubrirlo.

Recuerdo que fue aquella tarde de invierno, mientras meditaba bajo las estrellas, arropado por el frío procedente del bosque. Esa fue la primera vez que la vi.

Me había estado observando desde el  otro lado del río. Acechándome sin decir una palabra  y la luz que proyectaban sus ojos no tenía nada que envidiarle a las estrellas, se sentía como una lanza atravesándome el pecho.  Se levantó sin decir nada y se marchó.  Algo me decía que la volvería a ver.

Noche tras noche seguí visitando el mismo lugar, y cada noche ella volvía a aparecer. Mirándome desde el otro lado y penetrando en mi cabeza como si supiese absolutamente todo acerca de mí.

Mi espíritu y mis ideales, que habían sido forjados bajo la potestad de una espada firme como la roca, estaban desgastándose y dejándome a merced de la mayor de todas las debilidades: El amor.

El tiempo pasaba demasiado rápido cuando la tenía entre mis abrazos. Mis manos acabaron dejando a un lado la espada para centrarse únicamente en deambular sobre su suave piel.

Era la primera vez que no me preocupaba saber lo que había más allá de la montaña. Estaba bien en aquel lugar que habíamos creado entre los dos. Ella me enseñó  un rincón donde el sol brillaba fuerte a pesar de la densidad de las nubes y donde las noches eran cálidas como la brisa veraniega.

Nunca supe cuando tiempo duró aquel sueño. No había forma de impedir que todo fuese tan fugaz. Y sin poder hacer nada por impedirlo, empezó a medrar un sentimiento que desconocía hasta entonces.

Tenía miedo, miedo de que todo desapareciese súbitamente. Miedo a despertarme una mañana y sentirme solo otra vez. El miedo, aquel ser que había conseguido mantener a raya a través de la espada, ahora campaba a sus anchas dentro de mí.

Pensándolo de esa forma, nunca antes había saboreado el miedo durante el combate. Cuando luchaba contra otra persona todo dependía de mí de principio a fin. Si perdía sería el resultado de mi incompetencia y falta de habilidad. Pero entre luchar contra alguien y luchar por alguien había un enorme abismo.

Llego un punto en el que dependía de una persona que no era yo, me estaba apoyando en alguien que tomaba sus propias decisiones. No podía simplemente hacerla parte de mí, como había hecho con la espada. No quería hacerla parte de mí… Ella era perfecta a su manera, libre. ¿Pero la traería esa libertad de vuelta conmigo eternamente?





Sin poder hacer nada para evitarlo, el día en el que todo se desvaneció llegó. Ella decidió volar lejos, a un lugar donde la gente como yo tenía prohibida la entrada. Y en medio del caos y la destrucción que dejó a su paso, estaba yo. Viviendo en mis carnes una soledad que me mataba lentamente.

El abismo entre luchar contra alguien y luchar por alguien. Ahora lo conocía como la palma de mi mano, allí residía desde que ella se fue. Las ganas de vivir emigraban de mi cuerpo, no encontraba motivos que me impulsasen a seguir hacia delante. La vida pasaba frente a mí y no era capaz de agarrarla y enfrentarla.

Después de una larga época en la que me limité a existir, llegó el momento de seguir avanzando. No podía quedarme en un lugar infestado de recuerdos que me trasladaban de nuevo a aquellos días.

Oxidada y apenas afilada esperaba mi espada exactamente donde la había guardado. La cogí y me alejé del mundo.



Pasé una temporada larga vagando de un lugar para otro, sin parar dos veces en el mismo sitio.  Creando mi propio camino, evitando la muerte pero  ansiándola. Un camino que se alimentaba del odio y la rabia más profunda  y donde solo cabía yo.

La espada se convirtió en la herramienta con la que transmitía mis más oscuros sentimientos. Estaba enfadado con un mundo que te lo da todo y te lo quita sin pestañear. El campo de batalla era el lugar donde iba a vengarme de semejante injusticia. Era mi palacio del desahogo.

He matado a cientos de personas, he visto pueblos devastados por la guerra e incluso campesinos que lo han perdido todo por culpa de la avaricia de los señores feudales. Si algo he aprendido es que el mundo es un lugar oscuro donde no vas a encontrar nada por lo que merezca la pena luchar. No hay nada que me ate a él, y sin embargo, no soy capaz de abandonarlo.

Mientras lucho, siento que no puedo perder, que todavía no voy a morir. Tal vez sea mi castigo, la maldición de aquellos que detestan la vida. O puede que sea un pobre infeliz que se aferra a la vida a base de arrebatársela a sus enemigos. Muchas veces cierro los ojos y puedo verlos a todos ellos mirándome. Lloran, maldicen o me señalan con odio. No puedo sentir pena o lastima por ellos, es la vida que eligieron. Cuando decides entregarte en cuerpo y alma a la espada tienes que tener por seguro que cada minuto puede ser el último. Y yo fui su último minuto.

Al final, en algún punto de mi viaje, acabé olvidándola.  Posiblemente toda la sangre que he derramado en su nombre haya acabado por ahogarla y hundirla en lo más profundo de mi memoria.





Llevo unos cuantos días pudriéndome dentro  de un calabozo en Dios sabe dónde. Recibí ordenes de asaltar una aldea considerada de vital importancia a nivel estratégico. En cuanto llegamos allí caímos de pleno en medio de una emboscada enemiga. Aquello fue una completa masacre, sin saber que hacer reuní a varios de mis compañeros y nos abrimos paso hasta que finalmente conseguimos escapar de aquel infierno.   Aunque hubiese escapado una vez más de la muerte, sabía lo que me esperaba cuando el Shogun se enterase de nuestra retirada.

Dos hombres corpulentos vienen a recogerme a la celda. Me levantan y me llevan a que me dé un baño antes de que se lleve a cabo la ceremonia. El hecho de que el nombre de mi padre sea reconocido en todo Japón va a darme la oportunidad de morir con “honor”. Como si aún me quedase algo de eso después de todo lo que he hecho.

Tienen la cortesía de dejarme a solas con mis pensamientos. Mientras el agua cae sobre mis hombros puedo sentirlos de nuevo. Me miran desde las sombras, parecen satisfechos. Saben que ha llegado la hora de que me reúna con ellos. Hasta aquí he sido capaz de llegar.

Me levanto, me visto y me dirijo a la siguiente sala. Todo está preparado minuciosamente. Bebo un poco de sake antes de empezar a componer mi último poema de despedida. Me quedo petrificado delante del papel. Después de haber estado buscando la muerte tanto tiempo, y no tengo palabras para recibirla. Tampoco hay nada que quiera decirle al mundo que queda detrás, si tuviese que hacerlo lo escribiría con sangre.

La espada está contra mi abdomen y ya es el momento. Cierro los ojos y los veo a todos reunidos de nuevo, las almas de aquellos que murieron para que yo siguiese hacia delante. Entre todos ellos hay alguien que apenas reconozco, desprende un brillo especial. La miro fijamente y de repente todo vuelve a mi cabeza. Es ella.

Me levanto rápidamente y agarro las manos que sujetan la espada del hombre que debía cortar mi cabeza. Hundo la espada corta en su estómago. Uno de los guardias se acerca a mí desenvainando la espada. Despojo al verdugo de la espada y lo empujo contra el guardia que viene espada en mano.

Salgo corriendo de la habitación como un perro asustado, corro sin rumbo alguno. Al doblar la esquina me encuentro con otro guardia y sin pensarlo dos veces lo ensarto por la espalda.

Acabo encontrando la salida de pura casualidad. Estoy a punto de adentrarme en el bosque cuando noto un pinchazo en la pierna. Una flecha me ha alcanzado mientras escapaba. Es entonces cuando veo a un soldado que se aproxima portando una lanza de bambú, probablemente sea un mercenario. Me mira dubitativo, como preguntándose qué demonios hago ahí. Tras dudar unos segundos se abalanza sobre mí.  El dolor en la pierna es insoportable y se me nubla un poco la vista, probablemente como consecuencia de haber perdido una cantidad importante de sangre.
La punta de la lanza se dirige directamente a mi cara, imparable. Mis reflejos actúan con voluntad propia y lo esquivo moviéndome hacia un lado. En ese momento agarro la espada con dos manos y lanzo un corte que despide la cabeza de aquel pobre desafortunado por los aires.

Sigo corriendo hasta que apenas me quedan fuerzas. Estoy en una especie de trance debido a los últimos acontecimientos, respiro largo y calmado hasta que consigo volver a ser yo mismo. Me cuesta creer que la espada que debía asegurarse de mi muerte sea la que he escogido para luchar por mi vida.

No ha llegado el momento de parar. Esto no se acaba aquí. Tengo que encontrarla y saber porqué se termino todo.  Necesito saber cuál fue el motivo que me arrastro a convertirme en lo que soy. Pero sobre todo, tengo que verla una última vez.

martes, 4 de diciembre de 2012

El camino del samurai: Deshonor


No deja de brotar sangre de la herida que tengo asentada en el muslo derecho. Un dolor cálido que me recuerda que todavía sigo vivo.

Me acerco al arroyo y sumerjo la cabeza profundamente. Dentro del agua el mundo sigue siendo un lugar tranquilo y apacible. Bebo tanta agua como mi organismo me permite y disfruto de los pocos segundos de paz que me brinda amablemente la naturaleza.

Me las apaño para encender una pequeña hoguera, lo suficientemente pequeña como para que nadie sepa que estoy aquí. Mis ojos se clavan en el fuego, en las chispas que saltan de un lado a otro sin rumbo, sin dueño. Brillando en una décima de segundo y consumiéndose al instante. Una vida fugaz y ardiente.

En mi mano encuentro la empuñadura de una katana cuya hoja es portadora de sendas cicatrices, fruto de las innumerables batallas que ha presenciado.

Ahora que lo pienso siempre he vivido con una espada en la mano. Mi padre era el maestro de un dojo situado en las afueras de la villa donde nací y crecí. Desde pequeño estuve condenado a cumplir sus aspiraciones, como consecuencia he sido instruido duramente en el camino de la espada.

Cuesta imaginar cómo hubiese sido mi vida al margen del gélido metal de mi katana. Sin todas aquellas tardes batiéndome en duelo con los chicos que frecuentaban el dojo. Mis manos no están preparadas para otra cosa que no sea el manejo de la espada. Nací para el combate. Cuando no quedó nadie a quien vencer en mi villa, comencé a visitar los pueblos cercanos en busca de nuevos contrincantes.
Jamás fue suficiente, tenía que llegar más y más alto a cualquier precio. Ya ni siquiera recuerdo que era lo que anhelaba conseguir, que quería alcanzar.

La madera sigue ardiendo mientras las llamas bailan descontroladas. Entre las llamas la vuelvo a ver, su sonrisa brilla encendiendo mi corazón. Pero desaparece súbitamente, como otra chispa más.

Tras cambiarme la venda de la pierna y después de horas luchando contra la fiebre, el sueño viene a por mí. Otra vez el mismo sueño.



De nuevo estoy arrodillado frente a un grupo de personas que me observan. No puedo ver sus caras. Intento alzar la vista pero la presión es abrumadora.

Delante de mis rodillas tengo una espada corta. Una ligera brisa besa la hoja de la espada haciéndola susurrar mi nombre una y otra vez.

A mi lado un hombre permanece de pié blandiendo una espada con ambas manos. Inexpresivo e inmóvil como un centinela de piedra.

Llega el momento que todos estaban esperando, el acto final. Lentamente separo las ropas que me cubren el vientre y sin pensármelo dos veces desenvaino la espada. Apoyo la punta contra mi barriga. Una gota de sangre desciende por mi abdomen poniendo de manifiesto que la espada ha sido afilada a conciencia.

Cierro los ojos y agarro el mango con todas mis fuerzas. En la oscuridad de mi cabeza aparece su imagen. Me mira y sonríe. Pensé que la había olvidado.




Me levanto empapado en sudor en medio del bosque, mi cuerpo tiembla calado hasta lo más hondo por el frío de la noche. El sol acaba de salir y sus primeros rayos me empujan de nuevo hacia mi destino.

Me gustaría tener noción sobre cuánto tiempo llevo caminando. Las piernas están agarrotadas y la fiebre parece que no hace más que subir. El sol choca contra mi frente provocándome un dolor de cabeza infernal, mil veces peor que cualquier resaca de sake. Camino con los ojos entrecerrados, apenas consciente de cómo mi cuerpo cae a cámara lenta contra el suelo. Y no deja de pensar lo débil que me he vuelto.


.-“Ei, amigo, ¿Cómo te encuentras?”

Son las primeras palabras que oigo en días. Una voz amable y relajada que me recuerda que el terrible dolor de cabeza ha cesado.

-.”Creo que bien. ¿Dónde estoy?”

.- “Te encontré tirado y delirando por la fiebre en medio del bosque. Tienes suerte de estar vivo muchacho.”

La voz proviene de un anciano de  baja estatura. En su cara hay esculpidas mil y una arrugas y porta una sonrisa decorada con los pocos dientes que le quedan.

Me incorporo y recorro la habitación con la mirada, mi instinto busca algo.

.-“Si estás buscando tu espada permíteme que te ahorre el disgusto. La he tirado. Ya le había llegado la hora después de todo.”

Mi corazón se dispara lleno de rabia.

.-“¿Qué ha hecho qué? No puedo volver allá fuera sin una maldita espada. Es como si rescatas a una avispa y le arrancas el aguijón.”

.-“No te apresures. Había pensado en darte la mía, de todas formas yo no tengo fuerza suficiente como para ir por ahí cortando gente. Creo que a ti te quedará mejor.”

Mis pulsaciones, antes aceleradas, vuelven a la normalidad. No solo he perdido el honor, sino también el respeto por los mayores.

.-“Discúlpeme. Pero ya sabe lo peligroso que es este mundo hoy en día.”

El viejo se retira no sin antes obsequiarme con ropa limpia y una nueva katana enfundada en una vaina de color negro azabache. Se despide con un gesto modesto y se marcha de la habitación. Puede que lo haya ofendido.

Han pasado ya tres días y me encuentro lo suficientemente bien como para proseguir. Acabo de terminar el almuerzo cuando el viejo entra repentinamente cerrando la puerta tras de sí.

.-“Ha llegado la hora de que sigas tu camino.”

Lo dice con una mirada compasiva y llena de compresión. Las palabras salen apresuradas de su boca, como si tuviesen el tiempo contado.

.-“Deja que te diga algo antes de que te vayas. El hecho de ser humano nos condena a desviarnos de la senda desde que nacemos. La vida está llena de almas en pena, de gente perdida que se ahoga en el mar de la desesperación. Gente que es incapaz de encontrar algo especial por lo que vivir. Algo más allá de la espada.”

No entiendo porque tiene que decirme todo esto ahora. Este señor no sabe nada sobre mí. Puedo ver en su cara un profundo arrepentimiento. Me recuerda mucho a como me sentí en aquel momento. El momento en el que perdí mi honor.

-“He hecho algo terrible viejo. He tirado mis ideales por la borda. He destruido lo que tantos años me ha costado cultivar. Pero en el último momento he encontrado algo por lo que quiero vivir, algo que tengo que ver antes  de abandonar este mundo. Aunque no sé si merezco vivir para verlo.”

.-“Vive. Haz lo que tengas que hacer, busca aquello por lo que has decidido permanecer y por nada del mundo dejes que se apague tu luz.”

El viejo abre la puerta y me acerca la espada que me regaló. Nada más abrirla se coloca delante de mí. Varios ruidos sordos se oyen al otro lado de la puerta y un hilo de sangre se descuelga por su labio inferior mientras me susurra sonriente.

.-“Esa chica a la que no paras de llamar en sueños. Estoy seguro de que merece la pena. Encuéntrala.”


Su cuerpo de desploma y es cuando veo que su espalda ha sido atravesada por dos flechas.

Salgo de la casa con la espada colgada en la cintura. Afuera me esperan cuatro hombres armados, dos de ellos cargan con un arco y cogen una flecha del carcaj en cuando me ven salir de la casa.

.-“Se suponía que aquel buen hombre iba a hacerte salir de la casa. Esas flechas llevaban tu nombre. Deberíamos añadirlo a tu lista de crímenes.”

Las flechas están de nuevo apoyadas contra la cuerda del arco. Impacientes por ser disparadas.

.-“Veo que el Shogun ha preferido contratar a ronins para no tener que ensuciarse las manos, menuda sorpresa.”

.-“Se te acusa por desobedecer las órdenes directas del Shogun, por el asesinato de tres hombres durante tu acto voluntario de seppuku y por deserción. Disculpa si no tengo la cortesía de dejarte decir unas últimas palabras. Después de todo has tirado tu última oportunidad de morir conservando tu honor.”

El aire mecía las hojas de los árboles, acunándolas como si fuesen sus hijas. Pero ninguno de los hombres allí presentes se movía lo más mínimo. Como una pintura viva, parecía que todo iba a explotar en cualquier momento.

Mi mano, paciente, ha repetido más de un millón de veces el recorrido que la lleva hacia la empuñadura de la espada. Las flechas me miran, sedientas de sangre fresca. Los otros dos asaltantes desenfundan las espadas y se colocan en posición ofensiva.

Cojo aire por la nariz y lo expulso por la boca. Libero mi mente de cualquier pensamiento, pero antes de dejarla completamente en blanco vuelvo a pensar en ella una vez más. Pienso en ella y en que no puedo morir todavía.

Doy dos pasos hacia delante y oigo el chasquido de la cuerda azotando la pluma de las flechas. Mi técnica de desenvaine y mis reflejos me permiten interceptar la primera flecha, partiéndola a la mitad, mientras que la otra apenas me roza el brazo.

Mi primer contrincante se acerca hacia mi alzando  la espada, con un movimiento rápido y preciso me adelanto y lanzo un corte horizontal que recorre la parte inferior de su tronco de lado a lado. Inspiro mientras giro alrededor de su cadáver, que todavía no se ha caído al suelo, y agarro su espada corta. La lanzo con todas mis fuerzas acertando en la cabeza de uno de los arqueros y rápidamente bloqueo el espadazo que me propina el segundo espadachín.

Intercambiamos golpes durante varios segundos hasta que mis músculos entran en calor, sin embargo los golpes de mi contrincante empiezan a ser descuidados y débiles, producto del cansancio.

Desvío un corte lateral lanzando la espada de mi oponente por los aires y sin dudarlo dos veces empujo mi espada contra su diafragma, en una estocada en la que pongo todo mi ser.

Parece ser que el otro arquero escapó en medio del espectáculo.

Me encuentro rodeado por los cuerpos de tres extraños que ya forman parte de aquellos a los que me he llevado por delante desde que todo esto empezó. No es momento para flaquear.Tengo la cara empapada en sangre y mi cabeza vuelve a funcionar otra vez. Guardo la espada en la funda  y alzo la cabeza para mirar al cielo.  Lleno mis pulmones de aire limpio y le grito al mundo.


.-“¡No quiero morir!”

martes, 27 de noviembre de 2012

La Reunión


Han pasado aproximadamente cuatro horas desde que los últimos rayos de sol se marchitaron. La ciudad vuelve a pertenecer a las sombras y cada miembro de la comunidad camina a ciegas; un baile enfermizo con un funcionamiento exacto que no da lugar a improvisación de ningún tipo.

La luz artificial transforma las siluetas a su antojo y recorre las calles como sangre a través de venas de asfalto.

Bajo esta luz se reúnen una vez más los tres sujetos de siempre. Una vez a la semana coinciden en este lugar dejado de la mano de Dios. Conversan, ríen, lloran, pelean o simplemente dejan reposar la mirada en el horizonte más oscuro de la faz de la Tierra.

En medio de ellos yace un recipiente cristalino repleto de líquido. Un líquido tan brillante que mirarlo fijamente podría provocar daños irreparables en la vista.

Se reparten vasos y uno a uno los van llenando, siempre alejando la vista del contenido. Llevan años dejándolo correr por su garganta sin el valor suficiente como para pararse a observar qué es lo que reside en el interior de la botella.

La noche avanza descontroladamente sin respetar el calmado paso del tiempo, impaciente por conocer a donde van a llegar hoy sus tres desconocidos favoritos.

Tras varios vasos, y después de un silencio omnipresente, comienzan a mirarse los unos a los otros.  Parece que fue hace una eternidad cuando se vieron por primera vez. “Sueño”, “Realidad” y “Miedo” despiertan por fin. Conscientes de su existencia y con ello una incesante  catarata de incontenibles pensamientos.

Todos tienen la necesidad de ponerse a vomitar palabras, de escupir toda la tensión, rabia, ideas y temores que llevan acumulando desde su anterior reunión. El caos reside en cada uno de ellos, pero un inexplicable orden instintivo los hace fluir de manera organizada, impidiendo que todos exploten a la vez.


R.- “Otra vez más, como siempre. Supongo que me alegro de veros.
S.- “¿Supones? Habrá un futuro en el que no tendrás que volvernos a ver, y supongo que te arrepentirás de lo que dices viejo amigo.”
M.-“

El inicio de la conversación es frío y carente de emoción, como de costumbre.  Después de un largo rato hablando sobre nada y todo a la vez, las emociones empiezan a poseer a sus usuarios. Y comienza la verdadera reunión.


S.-“Yo sigo sin ser capaz de conformarme con todo esto. ¿Cuánto más tengo que seguir fingiendo? Vivo en una maldita sociedad en la que nada me interesa lo más mínimo. Me niego a creer que sea el único.”
R.- “Siempre tienes opciones. Puedes marcharte, puedes quedarte e intentar cambiar lo que se te ha dado, o puedes marcharte todavía más lejos. Allá donde los vivos no puedan encontrarte.”
S.- “No es cuestión de irse o quedarse. Se trata de lo que vive en mi interior. Yo sé que hay una solución, quiero creer que hay una solución.”
R.- “¿Quieres creer? ¿Piensas que hay algo más aparte de todo esto? Qué pasa si te digo que el mundo ya te ha enseñado todo lo que tenías que ver. No hay nuevas experiencias o sensaciones, es hora de que te adaptes. Deja de soñar con sentimientos y mundos que no son más reales que las hadas o la magia.”
S.- “No esperaba que me entendieras, después de todo eres uno más de ellos.
R.- “¿Uno más de quién? No te das cuenta de que no hay nadie más. Todos somos uno. La gente especial es especial porque el resto le hemos dado esa categoría. Incluso tus estúpidas aspiraciones no son más que una droga inventada por la humanidad para que sigas aquí con nosotros, para que vueles dentro de la jaula.”
M.- “¿Por qué tenéis que darle tantas vueltas? No tiene sentido arriesgarse a volar cuando vivir pegado al suelo es la mejor forma de evitar caerse. Aunque haya que vivir arrodillado o tumbado, pero al menos a salvo de un infortuito golpe contra el suelo.”
S.- “¿Es así como quieres vivir, Miedo? ¿Tan pegado al suelo que ni siquiera puedes ver las piedras que se interponen ante ti? Todo nuestro entorno nos guía por el camino por el que debemos adentrarnos. El comportamiento de la gente, el funcionamiento de las relaciones sociales… todo son pistas que nos dan una ligera pero contundente idea de por donde tenemos que llevar nuestros pasos. Yo no quiero pasarme la vida caminando sobre barro pisado.”
R.- “Todo lo que dices lo basas en una pobre suposición, pero ¿Qué harás el día de mañana? Cuando seas viejo y apenas quede vida en ti y repentinamente te des cuenta de que no había nada. Que en un intento de ser distinto y alejarte del rebaño te acabaste convirtiendo en uno más.”
M.- “Yo estoy bien siendo uno más
R.- “Escúchame Sueño, he conocido a miles como tú, y al final todos los acaban comprendiendo. Esta partida ya está jugada antes de empezar. Tú vida ya ha sido decidida, tanto si ganas como si pierdes. Eres tan solo otra ficha.”
M.-“Si ya está todo decidido entonces lo mejor es tomárselo con filosofía. Disfruta cuando puedas disfrutar y haz lo posible por cumplir con el propósito que te ha sido encomendado. Fin.
S.- “Habláis de los seres humanos  como si de hormigas se tratase. Eso a lo que tú llamas propósito otros lo han llamado religión. Otra de las formas que tiene el hombre para limitarse a sí mismo, para guiar al resto por el buen camino. La manera de poder morir tranquilos, pensando que da igual si hemos malgastado nuestras vidas, porque tenemos la oportunidad de alcanzar un nuevo lugar donde no hay sitio para la preocupación.”
R.- “Bonita forma de consolidarte como el jefe supremo del ateísmo.”
S.- “Di lo que quieras. Nada de eso tiene cabida en alguien como yo. Yo creo en el amor verdadero, en la posibilidad de forjar nuestro propio destino… En llegar a viejo y haber reído y llorado de verdad, y no porque se supone que lo tenga que hacer. La religión te habla de un paraíso, pero ¿Por qué nadie se preocupa en crear ese paraíso aquí mismo? ¿Por qué la gente presume de libertad bajo un cielo donde las estrellas nos miran como a inferiores? ¿Por qué no ir más allá, dónde nadie ha tenido agallas para llegar?
M.- “Aquí estamos seguros. Y si haces lo que tienes que hacer hay muchas probabilidades de que todo vaya bien. Por eso.”
R.- “Si tanto te preocupa ese asunto ¿qué haces aquí de nuevo Sueño? No es a nosotros a quien tienes que convencer. Si quieres volar, vuela.”
S.- “Lo haré, eso lo puedes tener claro. Es solo que todavía no estoy preparado…


La botella está vacía. No queda aire en sus pulmones con los que propulsar las palabras. Sus mentes se bloquean y retornan a su viaje solitario. Tres sujetos se desvanecen y vuelven a sus respectivos palacios sin la certeza de si volverán a encontrarse alguna vez.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

The life beyond the screen


Todavía recuerdo aquellos días en los que pasaba desapercibida como una sombra tragada por la oscuridad. Tardes de recreo sin más compañía que la de un bocadillo de jamón y queso; siempre acechada por miles de miradas que oscilaban entre el desprecio y el pasotismo más absoluto.

Nunca destaqué en nada. Un humano más entre millones, sin ninguna meta o cualidad que me diferenciase de los demás. Me sentía arrastrada por un conformismo devastador que me devoraba desde dentro y cada día me iba ahogando más y más en la espiral de la dejadez.

Fueron tiempos oscuros. No llegaba ni un mísero rayo de luz a mi pequeño rincón y ante mí se presentaba una vida anónima y carente de valor.

No tiene sentido torturarme a mí misma dándole coba a todos esos recuerdos que no dejan otra cosa que mal sabor de boca. La luz acabó llegando e inundo cada recoveco de mi existencia. Por fin era alguien.

Esto sucedió hará tres años, cuando mis padres decidieron modernizarse y en un momento de iluminación contrataron una tarifa de internet.

Yo nunca había sido muy familiar. Prefería pasar el tiempo en mi habitación, a solas con mis libros, videojuegos… y haciendo la única cosa que se me da bien: Darle vueltas a la cabeza.
La llegada del internet fue un factor clave en el proceso de mi aislamiento. No tardé en aprender a usarlo y descubrí el fascinante mundo que latía al otro lado del ordenador.

En cuestión de días mis padres se dieron por vencidos y desistieron en su intento por formar parte del siglo XXI. En el momento en que lo dejaron, todos sus esfuerzos se focalizaron en hacerme pasar menos tiempo en mi habitación y más tiempo con ellos. Tras fallar repetidas vidas perdieron la esperanza y dejaron que el río siguiese su curso. Es curioso que nunca contemplasen el hecho de quitar internet , seguían pagándolo un mes sí y otro también…
Internet me cautivo ofreciéndome un sinfín de respuestas y el doble de preguntas. Ahora tenía un lugar donde iba a ser escuchada, un sitio donde podía convertirme en todo lo contrario a lo que había sido durante los últimos 16 años.

Las redes sociales no tardaron en plagar mi pantalla con cientos de amigos y seguidores de todas partes del mundo. Gente que de una forma u otra habían llegado hasta mi perfil y querían conocerme. Puedo estar escuchando música y hacer que todos mis amigos sepan exactamente lo que estoy oyendo, descubrir si comparto los mismo gustos que el resto de gente de la red e incluso conocer a que se dedica aquel chico tan atractivo que nunca conoceré.
Mi vida, antes vacía, ha dado un giro de 180 grados. Al fin soy alguien.
Cada segundo alejada de esta dimensión es insoportable. Aquí me siento querida, me da fuerzas para seguir adelante.




La semana pasada conocí a un chico a través de una página de música. Desde entonces hemos estado hablando sin parar, es increíble.
Le cuento mis problemas en casa, mis discusiones con mis padres, las ganas que tengo de irme a vivir por mi cuenta… No para de decirme lo especial que soy y que no puede esperar a conocerme en persona. Se muere por cogerme de la mano y poder mirarme a los ojos directamente, verme tal y como soy.
Quedamos hace cuatro horas en el parque de al lado de mi antiguo colegio. No he sido capaz de ir a verle.  Tengo miedo de que me vea como la persona que fui cuatro años atrás.
No hemos vuelto a hablar, ha desaparecido completamente de mi mundo.  Estoy triste y pongo una canción en mi muro de Facebook que transmita como me siento. Actualizo mi estado de twitter diciéndole a todo el mundo que me voy a dormir.


Más de veinte retweets y unos cincuenta “me gusta”, y por primera vez, en este mundo perfecto, me siento absolutamente sola.

¿En quién me he convertido?

lunes, 12 de noviembre de 2012

El mejor amigo del hombre


Tuvo que probar varias veces hasta que logró atinar y meter por fin la llave en la cerradura. Alargó el brazo y alcanzó el pomo de la puerta con la mano; Lo giró con cuidado pero  eso no fue suficiente para impedir que un dolor punzante lo sacudiese de arriba abajo.
Al otro lado la puerta se podían oír unos pasos familiares acompañados de una respiración agitada que denotaba ansiedad y exaltación. La mano fue automáticamente al bolsillo y extrajo una cajetilla de tabaco.
Freddy se acomodó en el porche de su casa fumándose un pitillo a la luz de la media luna, dándose un respiro antes de volver a intentar entrar. Al acercarse el cigarro a la boca no pudo evitar fijarse en la sangre que bañaba sus nudillos. Desprendía un olor cálido y fuerte al que estaba más que acostumbrado. La esencia de la sangre no era otra que su propia esencia.
Los sonidos provenientes de la puerta hicieron a Freddy apresurarse y finalmente allí estaba de nuevo, mano a mano con ella. Esta vez la llave se deslizó y dió en el blanco a la primera. Tragó saliva y esta vez decidió abrirla empujándola lentamente con la punta del pié.
Nada más entrar y sin previo aviso una sombra enorme y peluda se abalanzó contra él haciendo que perdiese el equilibrio y algo comenzó a lamerle la cara.
-“Ei, ei, calma chico. Si sigues recibiéndome así voy a estar vomitando pelo y babas hasta Navidad”
Freddy logró quitarse a Bobo de encima y le acarició detrás de las orejas para que se calmase un poco. Mientras lo hacía, todas las cosas que habían ocurrido aquella tarde empezaron a bailar en su cabeza. La mirada aterrada de aquella mujer, sus puños impactando una y otra vez sobre la cara de aquel tipo…
Tardó unos minutos en recomponerse y en cuanto recuperó el control se dirigió directamente a la cocina. Bobo en seguida lo acompañó, silencioso y agitando el rabo efusivamente.
Era ridículo ver a un Rottweiler comportarse de una manera tan amigable y social. Una raza tan fuerte y agresiva. Freddy no alcanzaba a comprender por qué él seguía recibiéndolo día tras día como si quisiera hacerle sentir la persona más importante y honrada de la Tierra.
Abrió la nevera y cogió una cerveza fría acompañada de un paquete de salchichas precocinadas. Encendió la radio y se sentó en el sofá para disfrutar de su merecida cena.
La cerveza no dio mucho juego y Bobo acabó ingiriendo la mayor parte de las salchichas, es por eso que Freddy considero oportuno dar paso al postre. Como cada noche se acercó al minibar y agarró la botella de whisky junto con un vaso lo suficientemente grande como para ahogar todas y cada una de sus penas.
Bobo se sentó delante de él, sacando la lengua y con una mirada que pedía a gritos que lo acariciaran de nuevo. Freddy posó su mano en su hocico a la vez que utilizaba la que le quedaba libre para sostener el vaso.
El tacto sobre la piel del animal se sentía relajadamente cómodo, igual que cuando vas a la playa y sumerges las manos en la arena caliente. Eso lo hacía sentirse bien, tanto a él como al perro. Solo así lograba evadirse del mundo que le rodeaba, aunque solo fuese durante un breve espacio de tiempo.
A medida que pasaba la noche el whisky comenzó a reclutar a todos aquellos pensamientos que Freddy mantenía apartados en lo más profundo y oscuro de su cabeza.
-“¿Cómo he acabado aquí Bobo?” masculló mientras rebuscaba en el interior de su chaqueta.
Bobo restregó el hocico contra su rodilla, mendigando una caricia.
-“Tú nunca te cansas, ¿Verdad?” dijo sacando la 9mm de la funda y apoyándola cuidadosamente en el reposabrazos.
-“No es mi culpa Bobo, una cosa llevó a la otra y ahora estoy donde estoy. Donde tengo que estar. Si no lo hiciese yo… ¿Quién lo iba a hacer entonces?"
Llenó el vaso una vez más y volvió a posar su mano sobre la cabeza del perro.


Los recuerdos eran cada vez más fuertes e insoportables. Viendo pasar su pasado por delante y siendo él su único juez, las lágrimas no tardaron en bañar los ojos de Fred. Como por instinto Bobo se incorporó y apoyó sus patas delanteras sobre las rodillas de su amo, ofreciéndole consuelo.
Fredd rompió a llorar mientras abrazaba a su único amigo que no paraba de aullar y lamerle las lagrimas que se precipitaban por su mejilla.
-“Claro que eres un buen chico, por supuesto que lo eres”
Se levantó y volvió a guardar la pistola. Llenó de comida el plato de Bobo y luchando por no chocar contra las paredes del pasillo se dirigió hacia su habitación. Antes de llegar a la puerta frenó en seco, dió media vuelta y dijo: “Gracias”
Entró en el cuarto y cerró la puerta tras de sí.

El vecindario se despertó en medio de la noche con el estruendo de un disparo seguido de un aullido ensordecedor.